¿La Envidia es Pecado?

Santo Tomás se pregunta si la envidia es pecado. En el artículo en que el Santo trata del asunto, se vuelve clara la diferencia entre la envidia y algunos otros sentimientos semejantes y que pueden no ser pecado, pues muchas veces la Escritura, así como algunos santos, nos invitan a imitar o a “envidiar” al prójimo.

 


Santo Tomás presenta un ejemplo citando el trecho de una carta de San Jerónimo a una de sus hijas espirituales: “Tenga compañeras con las cuales aprenda, a quienes envidie y cuyos ardores la estimulen” (Suma Teológica II- II q. 36, a. II). 

Entretanto, siendo la envidia una cierta tristeza causada por los bienes ajenos, ella puede sobrevenir de cuatro modos:El primero de ellos es la forma de tristeza citada por Santo Tomás en el artículo anterior, que consiste en temer que un enemigo sea exaltado. Esta tristeza puede existir sin que haya pecado, conforme dice San Gregorio:

Acostumbra suceder muchas veces que, sin perder la caridad, la ruina del enemigo nos alegre, y también que, sin la culpa de la envidia, su gloria nos entristezca; porque, cuando él se desmorona, creemos que otros tendrán el bien de levantarse y, tememos que por su promoción muchos sean oprimidos (Suma Teológica II- II q. 36, a. II).

La segunda forma es cuando: “Podemos entristecernos con el bien ajeno, no porque otro posea un bien, sino porque estamos nosotros privados de él. Lo que es propiamente el celo, como dice el Filósofo” (Suma Teológica II- II q. 36, a. II). Esta tristeza consiste en el hecho de desear un bien que el otro tiene, sin entretanto, querer que el otro deje de poseerlo.

Santo Tomás afirma que: “Si este celo es concerniente a bienes honestos, es recomendable, conforme aquello del Apóstol: ‘Anhelad los dones espirituales’. Sí, pero si dicen respecto a los bienes temporales, puede implicar o no, el pecado” (Suma Teológica II- II q. 36, a. II).

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El tercer modo citado por el Angélico es cuando alguien se entristece por el bien del otro pues quien lo obtiene es indigno. Este tipo de tristeza no puede recaer sobre los bienes honestos que en realidad mejoran a quien los recibe. Santo Tomás, citando a Aristóteles, denomina esta tristeza de némesis y que tiene por objeto las buenas costumbres. Entretanto, el Aquinate (Suma Teológica II- II q. 36, a. II) nos advierte que:

 
Los bienes temporales, que caen en parte a los indignos, son así dispuestos por la justa ordenación de Dios, ya sea para la corrección, ya sea para la condenación de ellos. Y tales bienes son casi nada en comparación con los futuros, dado a los buenos. Por eso, tal tristeza es prohibida en la Sagrada Escritura, conforme aquello: No quieras envidiar a los malignos ni envidies a los que obran iniquidades. Y en otro lugar: Por poco si no trastornaron mis pasos, porque tuve celo sobre los inicuos, viendo la paz de los pecadores.

El cuarto modo es lo que corresponde propiamente a la envidia. O sea, es la tristeza del bien del otro cuando excede la nuestra. Este tipo de envidia es siempre pecado, pues es el entristecerse por el bien del prójimo cuando debería ser, esto sí, ocasión de alegría.